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miércoles, 25 de febrero de 2015

La playa



 MEMORIA
22.02.2015 : ESCRIBE STELLA MARIS GIL 
        

EL FARO EN CUSTODIA. (COLECCIÓN MUSEO MULAZZI)

Frente al mar la mirada gira de un lado hacia el otro de la costa. Es el atardecer, el sol se va ocultando y la costa verdosa, bordada de dunas, oculta un bosque que tras de ella se vislumbra.
No queda más remedio que subir por el camino de la bajada de los pescadores y adentrarnos en un paraíso de árboles. Es Dunamar, bordeado por el arroyo Claromecó y por un inmenso bosque rico en variedad de árboles plantados por el pionero Ernesto Gesell, su yerno Fangauf y algunos lugareños. Bueno es pasar la noche en tamaño lugar.
A lo lejos, hacia el lado contrario una luz intermitente, como si estuviera flotando en el espacio oscuro indica la existencia del Faro.
Allá iremos al amanecer.
Mucho se ha escrito sobre él, tiene su historia completa, con muchas vidas que lo han custodiado.
Allí estuvieron varias generaciones de marinos en constante atención.
Para llegar arriba hay que transitar una escalera de caracol de 278 escalones. La imagen que se ve desde abajo es la de un perfecto molusco. Una vez en la plataforma la mirada vaga por el inmenso mar, como diría Borges "poblado de sirenas y endriagos" y al fondo el horizonte pareciera que se tragara el mar. Adónde iríamos si iniciáramos un viaje en línea recta, pasaríamos por el sur del continente africano. Nada nos detendría, nuestra latitud también está por debajo de Australia y tal vez chocaríamos con Nueva Zelandia. Solo imaginación que navega sobre el agua en un viaje alrededor del mundo.
Pero el Faro sigue erguido con sus 54 metros de altura. Recordando épocas en que no había satélites para guiar la navegación. Aún así sigue prestando los servicios para la seguridad marítima.
Es administrado por el Servicio Hidrográfico de Balizamiento de la Armada Argentina. A través del tiempo se fueron sucediendo marinos que se ocupan del mantenimiento y funcionamiento.
Junto al cargo militar de marinero, cabos, suboficiales tienen formación como torreros.
La venida de ellos, oriundos de diversos lugares del país, "enganchados" en la Marina, provocó la instalación de nuevas familias en ese Claromecó que iba en crecimiento. Varios encontraron el amor en estas tierras y aquí se casaron.
Torreros
Agapito Mariezcurrena era hijo de uno de esos marinos. Su padre había nacido en 1900. Recuerda: "Yo iba a hacer las guardias con papá en el año 40 y pico. Vino de general Madariaga como cabo torrero, cuidan las torres que siempre custodiaron el mar, tenía señales para los barcos. Mi padre trabajó allí hasta que se jubiló. Llegó a Claromecó el 21 de febrero de 1946, yo era un borrego, tenía 14 años". Cuenta que su mamá se quedó con lo hijos en Quequén hasta que consiguieron una casita. "Papá nos fue a buscar con un camión, trajo los muebles y a nosotros".
Poco contaba de su trabajo, de las guardias rigurosas. "Papá era muy reservado". Lo acompañábamos todo el día, veíamos cómo se sacaban fotos en la portada del faro, jugábamos en los jardines y en la quinta que trabajaban los marineros, dábamos vueltas en bicicleta. Eso podían hacerlo cuando no tenían que ir a la Escuela 11 donde los esperaba la señorita maestra Pepita Navarro Vega. 
Otro torrero llegado de Cosquín, fue destinado también a trabajar en el Faro luego de hacer los cursos correspondientes en Buenos aires. Zoilo García se quedó definitivamente en Tres Arroyos, y a él también el amor lo anudó a una muchacha tresarroyense con quien se casó y tuvo dos hijos. Precisamente el varón de ellos tiene un recuerdo imborrable del trabajo de su padre, en principio como marinero y después como cabo.
Hay que cuidar al gigante
Por los años 90 el faro se veía descascarado. Las nuevas autoridades municipales pusieron manos a la obra y en 1995 lograron la donación de la pintura específica para ese tipo de superficies, donada por la firma Alcántara. El espectáculo lo daban los tanquecitos con los pintores adentro que iban subiendo o bajando para que los círculos quedaran prolijos. Con su nuevo ropaje continuó sin interrupción el foco de 1000 wats de potencia dando luz por las noches. Alguna vez se rompió y solamente el inmigrante austríaco Basilio Bancur, residente en Dunamar, pudo arreglarlo y así superado el problema pudo seguir la tarea de guía de los barcos que por el Atlántico siempre navegan.
Otra vez en superficie nos encontramos con el esqueleto de una ballena. Había sido encontrada muerta en 1991 en el Segundo Salto.
En una entrevista que el diario La Voz del Pueblo con fecha 14 de enero de 1999, le hizo al biólogo Gabriel Francia, contó los pasos que hubo que realizar para la recuperación del esqueleto. "Se trabajó un mes y medio en la playa cuando el mar en bajante lo permitía ya que estaba algo enterrada. Fue un trabajo en equipo", aseguró. Ese grupo lo integraron Rodolfo Fangauf, Alberto Borelli, Chichín Iriart, Adrián y Alberto Bruno, Luis Iturricastillo, el mismo Francia, con colaboradores intermitentes en diversas jornadas de varios vecinos, y también una valiosa colaboración, ya que los alumnos del Instituto Secundario durante varios años limpiaron cada pieza.
De vuelta
Mientras vamos caminando por la playa las reflexiones llegan. El gigante necesita algo más que la visita o la fotografía: es un sitio de memoria. El faro tiene que ver con la identidad de la población donde se yergue. Necesario es que los vecinos se reconozcan en ese sitio junto con las instituciones y logren que sea ordenado Patrimonio Histórico. Es de ellos, es parte de su historia.
La caminata sigue olorosa a sal, sacudida por las ráfagas implacables. La arena que pisamos quema un poco la planta de los pies. Sabemos que sobre ellas se construyeron las famosas casitas de la playa. "Las casas de abajo", como les decían, eran de madera, algunas con placas prensadas, construidas sobre palafitos, para que el agua pase por debajo de ellas mientras la marea subía. Los veraneantes tenían el mar para ellos, sacaban las sillas a la galería y allí contemplaban la inmensidad, mientras las gaviotas merodeaban tranquilas. Por las noches se reunían para jugar a la lotería hasta que el primer aviso de la Cooperativa Eléctrica indicaba que en pocos minutos se cortaba el suministro de energía eléctrica hasta el próximo día.
También por esas playas hubo hoteles como el llamado Brisas, y mucho más atrás en el tiempo el perteneciente a la familia Fernández Molina. Todo existe en el recuerdo de algunos memoriosos.
Llegamos de nuevo a la orilla del arroyo Claromecó. Del otro lado las casas nuevas del barrio Los Troncos van cubriendo el médano.
Pensar que los pocos habitantes de Dunamar en la década del '40 y sucesivas, debían pasar en botecitos por el arroyo hasta que se hizo el primer puente que luego se llevó la inundación. Decía Carlos Bancur: "Antes se manejaba todo por la desembocadura del arroyo, pero era muy complicado, arriesgado y supeditado a los horarios de las mareas y las crecientes".
Hoy reconstruido como puente peatonal facilita el pasaje mientras que el puente Ernesto Gesell sobre la avenida Córdoba, inaugurado en 1982, permite el tránsito cada vez más intenso.
Pero en tiempos pasados no fue así. Soledades, silencios, aridez. Luego el médano se transformó por la mano del hombre y de un visionario como Ernesto Gesell. (Ver cap. Vida las vidas en el libro de mi autoría: "Entre los Tres Arroyos"). Las callecitas se fueron entoscando. Hubo que cerrar con alambre para que no entraran las haciendas de los campos vecinos. Los animales llegaban hasta los médanos y cruzaban a la playa y al arroyo .
Los primeros lotes fueron vendidos en Buenos Aires, y comenzaron a construirse algunas viviendas. Decía Bancur: "Todavía están algunas de las primeras casas de material frente al barrio Los Troncos. Entre ellas la de Gesell. Hay una casita de techo de tejas, pintada de azul, la otra está del otro lado, es igualita, como si fueran calcadas". Fueron vendidos esos terrenos por don Ernesto ante los problemas económicos que generaba tanta inversión en el lugar.
Planta por planta las dunas se fueron fijando y se hicieron bosque, tamariscos, pinos, acacias y mucho más. Se trajeron especies de otras latitudes para probar si eran aptas o no, algunas crecieron como el kirie proveniente de zonas tropicales. Ahora se entiende por qué al bosque se le puso el nombre de Angel Fangauf.
Aún hoy, entre la foresta andan gansos, chimangos, taguatós, varias clases de palomas, copetonas, perdices, cinco clases de colibríes, ratoneras. También hubo ñandúes. Desaparecieron. Dice Bancur: "A medida que iba creciendo la población permanente se dedicaron a cazarlos para comer o vender las plumas. Quedan muy poquitos en algunos campos vecinos donde los cuidan".
Las abejas generan la industria de la apicultura, traídas desde el litoral por Fangauf. Ayuda también a combatir algunos insectos puesto que se alimentan de ellos.
Ernesto Gesell falleció en 1972. Pero quedó la Sociedad Dunamar S.A. integrada por sus herederos.
¿Qué habrá quedado del proyecto Atlantic City?
Las largas playas de Claromecó encierran recuerdos y realidades. Los espectadores pasajeros y los afincados la sienten, como dice el poeta, "grandiosa y viva".
Simbiosis de naturaleza y humanidad