La memoria
Crónicas difíciles
Escribe Stella Maris Gil
-Hay una
certeza muy asumida que dice “Pobres habrá siempre”. Preocupa la misma y a
veces es mejor no pronunciarla por todo lo que ella implica sobre todo en la
infancia.
Vasta solo
una mirada en el tiempo y en nuestro espacio y un sacudón nos agita.
Así me pasó
cuando ojeaba la Memoria y Balance de la Municipalidad de Tres Arroyos en 1933.
La comparto. En la página 58 se refiere a “La Desocupación”. En ella el
Intendente Sebastián Bracco por decreto
pide ayuda a los comerciantes para la olla popular. En los fundamentos se
lee: “La afligente situación de una gran masa de obreros, que no pudieron
contar con ninguna clase de trabajos y sin ningún recurso para atender su
sustento…”. “A fines de año, en vísperas de los trabajos agrícolas el número de
desocupados se vio enormemente aumentado por la afluencia de obreros de otras
zonas”. Parece ser que el lugar de refugio eran por las vías del ferrocarril o
las afueras del pueblo, de ahí iban al centro de la ciudad a deambular “por sus
calles postulando de puerta en puerta y solicitando una ayuda para saciar sus
necesidades más apremiantes…provocando un espectáculo que afecta … y
perturba…”.
La olla
popular se instaló donde hoy están los monoblock frente a la plaza Francia,
calle Vélez Sarsfield, sede del Corralón Municipal “llegó a despachar más de
800 raciones diarias”.
En el otro
extremo del pueblo la estadística dice que entre los años que van de 1924 a
1933 hubo 9.533 pobres internados en el Hospital Pirovano.
No sabemos
por dónde andarían los hijos de estos sufrientes.
En otras
páginas hay un ítem denominado Pagado para Beneficencia donde se nombran
subvenciones para el Asilo de Ancianos, el Refugio de ancianos y el Orfanatorio
Evangélico.
Nos
detenemos en esta institución .Aquí sí podemos cronizar vidas de chicos.
Un ex pupilo
Encontrar
un bebé abandonado en las escalinatas
del Internado, conocer la larga lista de niños que eran dejados por que la
madre trabajaba y a la noche o el fin de semana recién podía buscarlos; sentir
la tristezas de huérfanos y de tantas otras cuestiones es una problemática muy
dura de sobrellevar. Lo asevera también Carlota Llamosas de la comisión de la
Asociación del Menor y la Familia cuando dice: “O no tenían familia, o tenían
una familia que no los quería o una familia golpeadora o familia abusadora,
familias ensambladas, chicos muy golpeados, chicos a los que el juez los sacaba
de la casa para poder corregir algo, cambiarles algo…”. También en nuestra
ciudad el Orfanatorio, luego denominado Hogar de niños El Amanecer vivía muchas
de esas circunstancias.
¿Cómo sería
la vida allí adentro?. Nada mejor que escuchar el relato de un antiguo pupilo:
“Nos
pusieron en el año 1940, éramos 3 hermanos…el hogar estaba hecho apropiado para
tener los chicos, dos, tres o cuatro por dormitorio. En ese tiempo era mixto,
hasta el año 1957 apróximadamente.” “Después no tomaban nuevas chicas cuando se
fueron haciendo grandes”.
“Estuve
hasta los 18 años”.
“Nos
levantábamos a las siete de la mañana, abríamos la cama, bajábamos al baño, los
cepillos de dientes, estaban colgados de
una varilla, era como un tenderero, se bajaba y se subía. Cada uno teníamos un
número, puesto en el cepillo y nos iban poniendo el dentífrico para higienizarnos.
Tocaban una campana para formar fila, con dos campanas empezábamos a entrar; teníamos
que mostrar la higiene de las manos y de ahí pasábamos al comedor,
desayunábamos con mate cocido y teníamos
un pequeño devocional después… Naturalmente alguna vez tuve deseos de comer
más, pero igual nos alimentaban bien. De la granja traían la leche". Se
refiere a la chacra que el Orfanatorio poseía en el km 500 de la ruta nacional
N°3. “Lo esencial no nos faltó”.
Los chicos,
en grupo, rotaban para ejecutar las tareas domésticas diarias “aprendimos a
lavar los pisos, una semana estábamos en la cocina, otra en el comedor, otra en
los dormitorios. Las camas las teníamos que tender todos los días”.
Iban a la
escuela 29, en la calle Cangallo y en los tiempos en que no había matrícula
para 5° y 6°grado continuaban sus estudios en la escuela N° 1. El Hogar tenía
una imprenta y en ella aprendieron muchos un oficio.
Siempre
fueron “los del Orfanatorio”, aquellos chicos con otra forma de vida. Los muchachos
del barrio a veces saltaban el paredón para jugar a la pelota y allí todos eran
iguales, hasta que cada uno volvía a su casa.
¡Ese paredón tan singular!. “Teníamos que
festejar la Navidad y muchas veces lo hacíamos, mirando por arriba del corralón,
viendo como la festejaban en las casas”.
A la escuela
llegaban con sus delantales, pero no llevaban zapatos como sus compañeros. “Recuerdo un día, nos
formábamos, tomábamos distancia y entrábamos al aula. Mis alpargatas estaban
rotitas y la señora maestra me las miró y dijo ¡pobrecito!”.
Los
recuerdos son de Roberto Góngora, un hombre agradecido a quienes le ayudaron a vivir honestamente. Tiene una
larga lista de sus hermanos del corazón: Nebel Pereyra, Rivas, Maciel, Sanchez
y muchos otros, algunos se esfumaron en el tiempo otros todavía están cerca.
Los niños
hoy son adultos, el tiempo no abolió sus recuerdos, sus extrañezas, esa mamá
que no está, ese juguete soñado.
Tiempo después
Corría la
década de los 90´ y seguían los dolores sociales. El Hogar San José de la
avenida Libertad tenía una comisión de Apoyo. A ellos llamó el intendente
Correa para que organizaran la atención a niños abandonados. Él decía que sus
orígenes eran humildes, por eso, porque lo había vivido, buscaba soluciones a
los problemas.
Así
comenzaron Los Pequeños Hogares con un grupo de seis hermanos y luego ocho, con
una mamá deficiente mental y padres desconocidos.
Recoger
datos para la crónica es una tarea azarosa. Pero la llegada de los chicos citados
son la muestra de lo que hay detrás, lo oculto.
Los testimonios lo dicen “Tuvimos
una familia que vivía debajo de un árbol. Los padres eran laburadores. En poco
tiempo conseguimos donaciones de ladrillos, chapas, puertas, ventanas, de todo
un poco. Pedir y pedir. En sábado y domingo ellos mismos se hicieron un galpón
grande y en él pudieron guarecerse”.
“Un día
recibimos un bebé que pesaba 800 gramos y tenía un año y medio. Imaginatelo.
Una empleada del Hogar se hizo cargo de él, solo por amor. Había que darle
alimento con goteros, si le dabas más era malo, si le dabas menos era malo.
Contra todo vivió. Venía de una matriz alcohólica. Sus padres reaparecieron y
se lo llevaron”.
Cuentan que
al Jardín de Infantes Frutillitas dependiente de esa Asociación venían faltando
dos hermanitas. Fueron hasta su domicilio. “La casa estaba con un techo de
chapa, y dos paravientos también de chapa en dos lados. El otro era la pared de
un edificio antiguo y adelante una entrada con arpillera o una frazada, no
recuerdo”. En un minúsculo cuchitril se encontraron a la mamá “tirada en un
jergón, terminando su aborto y las nenas estaban con los pelos parados, todas
sucias, todas con sangre. Llamé a la ambulancia y la llevaron al hospital y
nosotros partimos con las nenas para el Jardín. Ahí las despiojaron, las
lavaron, les cambiaron la ropa. Después volvieron con su madre…”.
Dentro de
los Pequeños Hogares se repetía mucho de las angustias de afuera. Chicos
violentos, posibilidad de escapes, destrozos del edificio, reniego de ir a las
escuelas. Alguna vez una niña presa de su furia “agarró un cuchillo y empezó a
amenazar y a romper todo”. Tiempo después, ya veinteañera, reapareció solo para
saludar, se le había tramitado el alquiler de una casa para ella sola. Entre
medias sonrisas decía:- ¿Viste lo flaca que estoy. Ahora me baño todos los
días.
-¿Te gustó?
-Sabés que
pasa, que si yo antes me bañaba se venían todos los hombres y algunos más para
verme desnuda…”
Hechos que
se repiten, vividos también por la que escribe, que tuvo que cubrir a sus
pequeños alumnos, pues uno de sus compañeros, ubicado dentro del grupo de los
irregulares sociales, como estaban clasificados, en un momento, escapó a la cocina robó los cuchillos que
allí había y comenzó a lanzarlos al grupo.
Siguen las
crónicas, con estas vidas que a veces pudieron superar las miserias de “su
ambiente”.
Revolotean
frases perdidas por las calles tresarroyenses:
-¿Vos no sabés cuando viene mi mamá?. - ¿Y papá qué está haciendo?.
No había
mucho que contestar, solo un –Bueno, ya va a venir.
Las chicas del
Asilo
La orfandad está en todos los tiempos, chicas carentes de hogar,
desprotegidas. En 1927 las Hermanas de la Congregación hijas de Nuestra
Señora de Lujan” fundan el Hogar San José”.
“… atendían a 40 niñas provenientes de
la ciudad y distritos vecinos, ya que no existía en la zona otra
institución
que se ocupara de estas problemáticas. Las niñas permanecían en el Asilo,
algunas por semana, otras por mes y las menos en forma
permanente, siendo el caso de éstas:
no tener un hogar constituido. La enseñanza primaria, en
un principio, fue impartida por las religiosas, luego fue delegada a
la Escuela oficial N°
21; en sus salidas, todas usaban su uniforme (guardapolvo beige o celeste)”. La
diferencia se notaba entre los alumnos eran “las chicas del Asilo”. El 15 de
Marzo de 1967, se establece el Colegio Hogar San José, que va a ser
el contenedor educativo de esas
muchachas.
Crónicas
La pobreza
es hambre, abandono, dolor físico, soledad y mucho más. Pobres habrá siempre ¿será
cierto?. Indiferencia también ¿O no?. Y ¿continúa …?
IMÁGENES
1)
La artista plástica Norma Poggi, de la Comarca Serrana de Ventana desde
sus creaciones recrea la problemática de estas crónicas.
2)
1953: Los niños convertidos en
jóvenes aprenden un oficio en la imprenta del Orfanatorio.
3)
Momentos compartidos en el Asilo
4)
1959 (aproximadamente). Cena de ex pupilos en el Centro Danés
5)
El demolido edificio del Hogar del Niño El Amanecer en la calle Rocha