REVUELTAS CALLEJERAS
Escribe Stella Maris Gil
No todo ha sido paz en el poblado tresarroyense a través de sus
cortos años.
Hubo momentos que señalan un grado de violencia que llama la
atención en una ciudad donde las vecindades parecieran afectuosas, sólidas . En
esta oportunidad vamos a anclar en actitudes de seguidores de partidos
políticos que se enfrentan y todo se
altera. Salen a relucir antiguas antinomias nunca negadas pero poco
explicitadas en pro de la buena convivencia.
Me voy a detener en
lo sucedido en los años 1937 Y 1955 donde
por suerte la sangre no llegó a los arroyos pero se quedó flotando en los
interiores de protagonistas y adeptos.
Radicales y conservadores
Un 5 de septiembre de
1937 un tajo violento se produjo en el
tranquilo transcurrir de Tres Arroyos durante la intendencia de Sebastián
Bracco . Por supuesto en ese año no figuraba en
la escena nacional Juan D. Perón. La cuestión era entre conservadores y
radicales, largo enfrentamiento.
Se iban a producir las elecciones nacionales y el fantasma
del fraude acechaba. Finalizaba el mandato de Justo y la fórmula ganadora iba a
ser Roberto Ortiz – Ramón Castillo. Por Europa los totalitarismos presagiaban
desastres.
Mucho se ha escrito
sobre este episodio. En este caso es valioso el testimonio de Liliana Beatriz
Mirasso Urtasun quien dice “La U.C.R.
había consensuado con los comités provinciales levantarse en armas ante posible
fraude conservador. El fraude se produce. Coronel Dorrego, Lincoln y Tres
Arroyos, acatan la orden.
Los radicales estaban en su comité que funcionaba en el
primer piso del Palacio San Martín, en calle 9 de julio al 400… estaba con
policía en la puerta y palpaban al entrar, pero no a los niños; así fue que mi
papá Renée Mirasso, el Negro Larriestra, unos hermanos Haedo y seguro muchos
más, pasaron las balas entre sus ropas, cuando se inicia la trifulca hacen
salir a los niños, la policía los lleva a sus casas…El enfrentamiento es feroz.
Viaja desde Bahía Blanca el juez. Desde el comité sale Roude con bandera blanca
y alguien que está al lado de la autoridad dispara y deben amputarle la mano…La
policía entra al comité y lleva a todos detenidos, mi abuelo Ramón Mirasso es
salvajemente flagelado con un rebenque de coche mateo…Pasado unos días los
trasladan en tren a Bahía Blanca, todas las calles cortadas desde la comisaría
a la estación de tren, los llevaban en carros volquetes, la policía no dejaban
avanzar a los familiares que miraban en las esquinas, pero a los gritos,
insultos y manotazos estaba ella la heroica Eduviges Ochoa San Román…” El
testimonio continúa, pero es fácil
imaginar “los duros castigos, picana, tanto horror” en las cárceles.
Años después nuevos odios producirían nuevos conflictos
Peronistas y no
peronistas
Vieja dicotomía que sigue vigente pero que después del golpe
cívico-militar del 16 de setiembre de 1955 se exteriorizó en corridas, ataques
y empujones entre los unos y los otros.
Es en ese día que en diversos lugares del país parte de las
Fuerzas Armadas se rebelan contra el gobierno nacional y el Presidente
debe alejarse ante la fuerza de sus oponentes el día 20. El día 21 asume
el poder el general Eduardo Lonardi, expresando el lema “Ni vencedores ni vencidos”.
Tres Arroyos como otras ciudades no fue ajena a esa conmoción. Toda esa semana vivió
momentos de zozobra.
Los titulares de los periódicos lo dicen todo: “Tropas
gubernistas que avanzaban sobre Bahía Blanca y que luego buscaron refugio en
nuestra ciudad, fueron bombardeadas cerca de Tres Arroyos”. (Diario La Hora,
domingo 1° de enero de 1956). La ruta 3 se pobló de tropas leales al gobierno
que llegaban desde Tandil y eran
atacadas por los aviones rebeldes de Comandante Espora. Alguna bomba cayó a mil
metros de la Chacra de Barrow dejando varios soldados heridos, otra bomba cayó en
uno de los puentes de salida de la ciudad. La Sociedad Rural se transformó en
campamento militar. En síntesis Tres Arroyos era una ciudad tomada, donde las
noticias preocupaban, sobre todo cuando se voló el puente sobre el río Quequén.
Los aviones pasaban a vuelo rasante por el pueblo, se
sentían sonidos de armas. Los vecinos se sorprendían, se preocupaban por
posibles ataques. Había miedo. La muchachada se subía a los techos para observar
los movimientos.
Algunos soldados que
pertenecían a las tropas murieron. Los gremios dispusieron una huelga y poco a
poco la ciudad fue adquiriendo aspecto de domingo.
Y ahí está el punto de inflexión. Por las calles grupos de
ciudadanos no oficialistas comenzaron a recorrer lugares donde había militantes
oficialistas aunque las nuevas autoridades militares pedían el cumplimiento del
toque de queda. “Actuaron en nuestra
ciudad los Comandos Civiles
revolucionarios, en una suerte de apoyo logístico a los insurrectos
mientras grupos armados del peronismo recorrían la ciudad colaborando con la
policía en el cumplimiento del toque de queda” (Álbum del diario La Voz del
Pueblo). “La crónica dice que luego de un acto en la Plaza San Martín a favor
del golpe militar el 22 de setiembre “algunas columnas recorrieron las calles
céntricas para exteriorizar su júbilo por la caída de la dictadura y fue
entonces que núcleos de exaltados, obrando por su propia cuenta y riesgo
procedieron en primer lugar a retirar placas evocativas de personas del régimen
depuesto que estaban colocadas en distintas calles y luego se entregaron al
desalojo de muebles, papeles y demás útiles de locales ocupadas por unidades
básicas del oficialismo siendo dispersados al intervenir la policía cuando
pretendían realizar tal acto en un local de la calle Betolaza. En todos los
casos los muebles y útiles fueron quemados en la vía pública, sin que lo hecho
diera lugar a incidencias ni se registraran desgracias personales” (Diario La
Hora, Archivo citado).
Las voces de algunos de los contemporáneos de ese momento ratifican
la crónica periodística: “”Aquí vino una parte del ejército que respondía a
Perón. Se declaró “ciudad abierta”. Se esperaba que en cualquier momento
podríamos ser bombardeados” … “en la Parroquia del Carmen se preparó una
especie de hospitalito, por lo que podría pasar”. L Los vecinos se sorprendían,
se preocupaban por posibles ataques sangrientos. Había miedo. La dirigente María Salvatierra de Solfanelli a quien entrevistamos
nos dice que “habíamos cerrado las ventanas, todo bien tapadito y la oreja en
la radio. Hasta que prácticamente fueron pasando los días”.
Para muchos la emisora más oída era Carve de Uruguay, pero
María escuchaba El Mundo porque la extranjera “nos insultaba de arriba abajo”.
Dice María “Yo en esa época estaba en el partido, tenía una
escuela de danzas nativas con un grupo de chicos y a los pocos días me vienen a
avisar que estaban quemando las cosas del partido en calle Betolaza al 200…Fui…
me quemaron hasta las medias, las sillas viejas compradas en remates, quemaron
los pocos muebles que teníamos… junto con las máquinas de escribir y lo que
tenía algún valor, eso se lo llevaron…cualquier cantidad de libros…nosotros no
estábamos, fueron, abrieron la puerta, sacaron todo, eran civiles. Todavía con algunos nos cruzamos por la
calle”.
Muchos malos momentos se vivieron esos días, vehículos con
marcas de balas fruto de enfrentamientos que no llegaron a mayores. Detenciones
de militantes, entre ellas la de Bruno.
María fue citada para explicar su participación en los enfrentamientos. Ella,
en la vereda de 9 de julio y Colón (ex Casa Aduriz) pisó el camino de diarios que un vecino armó.
Fue citada.En la comisaría vivió momentos de terror al ser
amenazada por custodios armados “mis
rodillas aplaudían, la mano del jefe iba y venía delante de mí presagiando una
cachetada que no llegó a producirse”.
Ella creía que le iban a pedir declaración por las revueltas del centro
de la ciudad. No fue así. Le pedían que diera nombres de activistas de su
partido entre ellos el del jefe de la
Alianza Libertadora Nacionalista que en ese momento, paradoja, estaba presente
como custodio frente a ella, mirándola. María se desmayó y apareció sentada en
el cordón de la vereda mientras desde un bar cercano miraban los hechos tras
los vidrios. “Estaba prohibido pasar por la vereda de la comisaría. Me levanté
y disparé para mi casa”.
Hubo diversas instituciones intervenidas, entre ellas la
Escuela Industrial y el Colegio Nacional, con grandes revuelos entre los
estudiantes adictos y no adictos al golpe. Varios docentes de militancia
peronistas fueron agredidos entre ellos
al profesor Dassis.
Los unos y los otros
Las grietas producidas por luchas entre ciudadanos quedaron fijas. La vecindad se hizo difícil
entre los protagonistas.
Los odios no contribuyen a la construcción de la República. Quedaron
recelos. Las luchas deben ser de ideas no de armas o empujones ni de unos ni de
otros. Esto pasó a grandes rasgos en estas dos oportunidades.
Los ciudadanos partidos en dos tal vez no recordaban que el San Martín
de la estatua de la plaza central, lugar
de homenajes, se fue por propia voluntad del país para no participar en luchas
civiles que mucho mal le iban a hacer a la futura República.
Blog: stellamarisgil12.blogspot.com
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