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miércoles, 25 de febrero de 2015

La playa



 MEMORIA
22.02.2015 : ESCRIBE STELLA MARIS GIL 
        

EL FARO EN CUSTODIA. (COLECCIÓN MUSEO MULAZZI)

Frente al mar la mirada gira de un lado hacia el otro de la costa. Es el atardecer, el sol se va ocultando y la costa verdosa, bordada de dunas, oculta un bosque que tras de ella se vislumbra.
No queda más remedio que subir por el camino de la bajada de los pescadores y adentrarnos en un paraíso de árboles. Es Dunamar, bordeado por el arroyo Claromecó y por un inmenso bosque rico en variedad de árboles plantados por el pionero Ernesto Gesell, su yerno Fangauf y algunos lugareños. Bueno es pasar la noche en tamaño lugar.
A lo lejos, hacia el lado contrario una luz intermitente, como si estuviera flotando en el espacio oscuro indica la existencia del Faro.
Allá iremos al amanecer.
Mucho se ha escrito sobre él, tiene su historia completa, con muchas vidas que lo han custodiado.
Allí estuvieron varias generaciones de marinos en constante atención.
Para llegar arriba hay que transitar una escalera de caracol de 278 escalones. La imagen que se ve desde abajo es la de un perfecto molusco. Una vez en la plataforma la mirada vaga por el inmenso mar, como diría Borges "poblado de sirenas y endriagos" y al fondo el horizonte pareciera que se tragara el mar. Adónde iríamos si iniciáramos un viaje en línea recta, pasaríamos por el sur del continente africano. Nada nos detendría, nuestra latitud también está por debajo de Australia y tal vez chocaríamos con Nueva Zelandia. Solo imaginación que navega sobre el agua en un viaje alrededor del mundo.
Pero el Faro sigue erguido con sus 54 metros de altura. Recordando épocas en que no había satélites para guiar la navegación. Aún así sigue prestando los servicios para la seguridad marítima.
Es administrado por el Servicio Hidrográfico de Balizamiento de la Armada Argentina. A través del tiempo se fueron sucediendo marinos que se ocupan del mantenimiento y funcionamiento.
Junto al cargo militar de marinero, cabos, suboficiales tienen formación como torreros.
La venida de ellos, oriundos de diversos lugares del país, "enganchados" en la Marina, provocó la instalación de nuevas familias en ese Claromecó que iba en crecimiento. Varios encontraron el amor en estas tierras y aquí se casaron.
Torreros
Agapito Mariezcurrena era hijo de uno de esos marinos. Su padre había nacido en 1900. Recuerda: "Yo iba a hacer las guardias con papá en el año 40 y pico. Vino de general Madariaga como cabo torrero, cuidan las torres que siempre custodiaron el mar, tenía señales para los barcos. Mi padre trabajó allí hasta que se jubiló. Llegó a Claromecó el 21 de febrero de 1946, yo era un borrego, tenía 14 años". Cuenta que su mamá se quedó con lo hijos en Quequén hasta que consiguieron una casita. "Papá nos fue a buscar con un camión, trajo los muebles y a nosotros".
Poco contaba de su trabajo, de las guardias rigurosas. "Papá era muy reservado". Lo acompañábamos todo el día, veíamos cómo se sacaban fotos en la portada del faro, jugábamos en los jardines y en la quinta que trabajaban los marineros, dábamos vueltas en bicicleta. Eso podían hacerlo cuando no tenían que ir a la Escuela 11 donde los esperaba la señorita maestra Pepita Navarro Vega. 
Otro torrero llegado de Cosquín, fue destinado también a trabajar en el Faro luego de hacer los cursos correspondientes en Buenos aires. Zoilo García se quedó definitivamente en Tres Arroyos, y a él también el amor lo anudó a una muchacha tresarroyense con quien se casó y tuvo dos hijos. Precisamente el varón de ellos tiene un recuerdo imborrable del trabajo de su padre, en principio como marinero y después como cabo.
Hay que cuidar al gigante
Por los años 90 el faro se veía descascarado. Las nuevas autoridades municipales pusieron manos a la obra y en 1995 lograron la donación de la pintura específica para ese tipo de superficies, donada por la firma Alcántara. El espectáculo lo daban los tanquecitos con los pintores adentro que iban subiendo o bajando para que los círculos quedaran prolijos. Con su nuevo ropaje continuó sin interrupción el foco de 1000 wats de potencia dando luz por las noches. Alguna vez se rompió y solamente el inmigrante austríaco Basilio Bancur, residente en Dunamar, pudo arreglarlo y así superado el problema pudo seguir la tarea de guía de los barcos que por el Atlántico siempre navegan.
Otra vez en superficie nos encontramos con el esqueleto de una ballena. Había sido encontrada muerta en 1991 en el Segundo Salto.
En una entrevista que el diario La Voz del Pueblo con fecha 14 de enero de 1999, le hizo al biólogo Gabriel Francia, contó los pasos que hubo que realizar para la recuperación del esqueleto. "Se trabajó un mes y medio en la playa cuando el mar en bajante lo permitía ya que estaba algo enterrada. Fue un trabajo en equipo", aseguró. Ese grupo lo integraron Rodolfo Fangauf, Alberto Borelli, Chichín Iriart, Adrián y Alberto Bruno, Luis Iturricastillo, el mismo Francia, con colaboradores intermitentes en diversas jornadas de varios vecinos, y también una valiosa colaboración, ya que los alumnos del Instituto Secundario durante varios años limpiaron cada pieza.
De vuelta
Mientras vamos caminando por la playa las reflexiones llegan. El gigante necesita algo más que la visita o la fotografía: es un sitio de memoria. El faro tiene que ver con la identidad de la población donde se yergue. Necesario es que los vecinos se reconozcan en ese sitio junto con las instituciones y logren que sea ordenado Patrimonio Histórico. Es de ellos, es parte de su historia.
La caminata sigue olorosa a sal, sacudida por las ráfagas implacables. La arena que pisamos quema un poco la planta de los pies. Sabemos que sobre ellas se construyeron las famosas casitas de la playa. "Las casas de abajo", como les decían, eran de madera, algunas con placas prensadas, construidas sobre palafitos, para que el agua pase por debajo de ellas mientras la marea subía. Los veraneantes tenían el mar para ellos, sacaban las sillas a la galería y allí contemplaban la inmensidad, mientras las gaviotas merodeaban tranquilas. Por las noches se reunían para jugar a la lotería hasta que el primer aviso de la Cooperativa Eléctrica indicaba que en pocos minutos se cortaba el suministro de energía eléctrica hasta el próximo día.
También por esas playas hubo hoteles como el llamado Brisas, y mucho más atrás en el tiempo el perteneciente a la familia Fernández Molina. Todo existe en el recuerdo de algunos memoriosos.
Llegamos de nuevo a la orilla del arroyo Claromecó. Del otro lado las casas nuevas del barrio Los Troncos van cubriendo el médano.
Pensar que los pocos habitantes de Dunamar en la década del '40 y sucesivas, debían pasar en botecitos por el arroyo hasta que se hizo el primer puente que luego se llevó la inundación. Decía Carlos Bancur: "Antes se manejaba todo por la desembocadura del arroyo, pero era muy complicado, arriesgado y supeditado a los horarios de las mareas y las crecientes".
Hoy reconstruido como puente peatonal facilita el pasaje mientras que el puente Ernesto Gesell sobre la avenida Córdoba, inaugurado en 1982, permite el tránsito cada vez más intenso.
Pero en tiempos pasados no fue así. Soledades, silencios, aridez. Luego el médano se transformó por la mano del hombre y de un visionario como Ernesto Gesell. (Ver cap. Vida las vidas en el libro de mi autoría: "Entre los Tres Arroyos"). Las callecitas se fueron entoscando. Hubo que cerrar con alambre para que no entraran las haciendas de los campos vecinos. Los animales llegaban hasta los médanos y cruzaban a la playa y al arroyo .
Los primeros lotes fueron vendidos en Buenos Aires, y comenzaron a construirse algunas viviendas. Decía Bancur: "Todavía están algunas de las primeras casas de material frente al barrio Los Troncos. Entre ellas la de Gesell. Hay una casita de techo de tejas, pintada de azul, la otra está del otro lado, es igualita, como si fueran calcadas". Fueron vendidos esos terrenos por don Ernesto ante los problemas económicos que generaba tanta inversión en el lugar.
Planta por planta las dunas se fueron fijando y se hicieron bosque, tamariscos, pinos, acacias y mucho más. Se trajeron especies de otras latitudes para probar si eran aptas o no, algunas crecieron como el kirie proveniente de zonas tropicales. Ahora se entiende por qué al bosque se le puso el nombre de Angel Fangauf.
Aún hoy, entre la foresta andan gansos, chimangos, taguatós, varias clases de palomas, copetonas, perdices, cinco clases de colibríes, ratoneras. También hubo ñandúes. Desaparecieron. Dice Bancur: "A medida que iba creciendo la población permanente se dedicaron a cazarlos para comer o vender las plumas. Quedan muy poquitos en algunos campos vecinos donde los cuidan".
Las abejas generan la industria de la apicultura, traídas desde el litoral por Fangauf. Ayuda también a combatir algunos insectos puesto que se alimentan de ellos.
Ernesto Gesell falleció en 1972. Pero quedó la Sociedad Dunamar S.A. integrada por sus herederos.
¿Qué habrá quedado del proyecto Atlantic City?
Las largas playas de Claromecó encierran recuerdos y realidades. Los espectadores pasajeros y los afincados la sienten, como dice el poeta, "grandiosa y viva".
Simbiosis de naturaleza y humanidad

lunes, 12 de enero de 2015

Llegó La Hora

“…un diario sin temor a las ideas creadoras, que no son patrimonio exclusivo de sectores o grupos determinados…”. (La Hora 1958)
LLEGÓ LA HORA
Escribe Stella Maris Gil
La Hora era un diario de la mañana, tresarroyense, fundado por Juan B. Aranguren el 15 de diciembre de 1933. Tuvo domicilio  en la calle Irigoyen (Independencia) 244.
  Le tocó transitar épocas difíciles como consecuencia de las secuelas del golpe cívico-militar de 1930 que le arrebató el poder a Hipólito Irigoyen al que le continuó la llamada  Década Infame.
Su formación radical generó algunas clausuras y hasta cárceles, sufridas por su fundador, visitante de Villa Floresta (cárcel bahiense) con cierta asiduidad. Una de ellas se debió a un escrito sobre “la libertad de prensa”. Otra lo fue “el golpe revolucionario fallido del 16 de junio de 1955”. Como consecuencia La Hora fue clausurado hasta el primero de julio.
              Estas persecuciones, a través del tiempo tomaron diverso cariz para la prensa argentina en numerosos órganos. Decía R Fernández el 9 de febrero de 1978 en su audición “De todo un poco”: “En aquella redacción del desaparecido diario “La Hora” tribuna democrática que en medio de apretujones económicos y un clima de buen humor y semibohemia, desarrolló su tarea en defensa de las libertades públicas a lo largo de más de 30 años, hasta desaparecer en 1962…”. Los fundadores, que provenían del diario La Voz del Pueblo, se lanzaron a una patriada con pocos recursos económicos. Pero siempre hay alguien que da la mano, esta vez vino de Josefa Pappaterra de Fernández  que les cedió el salón de 9 de julio 178, posteriormente se mudaron a Pellegrini 12 hasta que se trasladaron a su domicilio definitivo. De a poco iban comprando las máquinas, juntando los dineros, promocionando el diario.
 Muchas “plumas” locales pasaron por su redacción y dejaron una interesante impronta del transcurrir local, nacional e internacional.
La importancia del diario de papel
 Hechas las presentaciones, vamos a ver qué es lo que se escribía en ese diario de papel, en épocas sin internet, gracias a lo cual ahora se puede hurgar en algunos de sus archivos.
Al mejor estilo del diario Crítica de Natalio Botana que marcó líneas periodísticas, los casos sobresalientes de mayor trascendencia podían seguirse a través de los titulares de la primera plana.
En el ´62 tuvo la primicia de la caída del presidente Frondizi esa misma madrugada. Llegado el mediodía sacó un suplemento sobre el tema.
 En los años ´50 no había guerra mundial. Sin embargo  Corea del Norte y del Sur se debatían en una sangrienta guerra. La Unión Soviética y China por un lado y los Estados Unidos por el otro jugaban al dominio del Extremo Oriente. La Hora iba señalando el estado del conflicto: “Estados Unidos rompe relaciones con el régimen comunista chino”, o “Las Naciones Unidas pujan por lograr la paz en Corea”, o “Impacientemente aguárdase la respuesta roja” y así sucesivamente hasta el final, que nunca termina pues hoy día los conflictos apaciguados por las vías diplomáticas todavía continúan.
En el espacio internacional  se referenciaba la lucha anticomunista en el discurso del Presidente Truman en su mensaje al Congreso en 1950 donde pide que “ que el Congreso siga apoyando su programa para contener al comunismo”. Eran las épocas del temor al demonio rojo que tanto marcó a intelectuales y artistas como Carlos Chaplin.
A veces las páginas titilaban cuando algo impactante sucedía en la República Argentina como fue el hundimiento del Rastreador Fournier en el Estrecho de Magallanes con 77 marinos a bordo. Día a día detallaba los trabajos de rescate,  los homenajes donde todo el país participaba. Fue un 3 de octubre de 1949 y el diario cumplía su tarea de informar que “el rastreador zozobró a la entrada del canal Gabriel a 60 millas marinas al sur del puerto chileno de Punta Arenas…”.
 Abarcaba noticias de todo el país y en la época de las primeras presidencias de Perón, redactaba sus mensajes al Congreso, sus medidas de gobierno, las clausuras temporarias de varios diarios en 1950 por omitir ellos en sus tapas la frase “Año del Libertador general San Martín” considerado como un acto de rebelión hacia las decisiones gubernamentales que ordenaban ponerla en todo escrito.
Se leen las medidas del gobernador Mercante y su visita a San Francisco de Bellocq donde en 1937 se había fundado la colonia.
Estaba bien diferenciado lo internacional, nacional y local. La proveía la agencia “Saporiti que tiene convenios especiales con Agencia France Presse de París. Esta suministra todo su servicio cablegráfico a Saporiti que a su vez lo retrasmite a sus abonados” ( Diario La Hora, 1958). Diversas secciones llevaban al lector a conocer la vida social, el movimiento artístico, las campañas políticas, los famosos meeting realizados en su mayoría en la esquina de Colón e Irigoyen.
La sonrisa llegaba de la mano de algunas de las historietas entre ellas la de Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia, de Lino Palacio o Chil el ingenioso de Cortinas. Pero Las míticas aventuras de Lindor Covas de Walter Ciocca  atraía a los lectores y sumaba compradores por sus apasionantes relatos. La gente lo seguía.
La columna titulada “Chiflidos”, comentaba en forma coloquial  los temas del día en la región y a su vez marcaba su posición sobre ellos a manera de editorial. El responsable de la misma era Mastronardi.
Y si algo se le olvidaba a los lectores, los suplementos que editaba ayudaban en su memoria. La redacción de éstos constituía un gran esfuerzo para los periodistas, referido al rastreo de las noticias más relevantes que hubieron sucedido por ese lapso de tiempo.  
Lo que contó Juan Pérez
Entre los años 1940 a 1957 aparecieron las crónicas que escribió un tal Juan Pérez.
¿Quién era Juan Pérez? . Era el seudónimo bajo el cual escribía un profesional y periodista local.
Es una costumbre a la que acudían y acuden muchos escritores. Sin ir más lejos Mateo Mastronardi en determinadas ocasiones utilizaba el seudónimo de Restituto Pedernera.
Allí, en formato de verso, en forma irónica a veces, graciosa otras y siempre inmersa en la realidad del pago chico, Pérez publicaba sus observaciones. No lo hacía todos los días, generalmente los días jueves. Había semanas sin Pérez, sin duda no deben haber habido sucesos que lo inspiraran.Le preocupaban los peligros del automovilismo al que eran afectos los muchos tresarroyenses tuercas que había y que hay.
Y ahí poemizaba, describía en los primeros tramos de su escrito una situación, por ej.un grupo de angustiadas personas, temerosas de un gran peligro no explicitado hasta que en el final se develaba el misterio: la preocupación por la cantidad de muertes que había en el deporte automovilístico.
El doctor Ricardo Fernández, también director del periódico después del ´58, era el citado Juan Pérez y ahí se explayaba sobre la suba de impuestos, los gastos para elegir reinas de belleza cuando el hospital no tenía ambulancia, las ramblas de las avenidas sin césped; y la llegada de las aguas corrientes a la ciudad, algo para festejar.
OCanilla
“…¿No ves que hoy tuve la viaraza
Y no creo haber sido imprudente
De poder decir que ya en mi casa
Hay servicio de “agua corriente”.
Crónicas de Juan Pérez
1° de octubre de 1949




                                                         
Dar la hora
La Hora se cerró, tenía muchos problemas económicos. “El 10 de noviembre de 1955 comienza a faltarle papel…dispone suspender provisoriamente sus ediciones de los lunes” (La Hora, 1958). Poco a poco a pesar de los esfuerzos de instituciones y personas del lugar como Bottino, Salas, Ayspurúa , al diario le llegó  la hora. Más de veinte empleados, aproximadamente quedaron sin su fuente de trabajo y el pueblo con un diario menos.
Oscar Aymonino, trabajó en el diario desde 1954. Relata aspectos de esa etapa de su vida: Ingresó como corrector hasta que llegó a redactor. “Vivíamos en el diario. Íbamos a las 2/3 de la tarde, salíamos media hora para cenar, y a partir de allí  seguíamos hasta la madrugada”. Eran épocas en las que la revolución tecnológica no había llegado a su cenit. “El tema para conseguir las noticias era terrible por la tardanza. Algo mejoró con una radio que tenía un sistema estilo morse, que en una época estaba a cargo del radioperador  Miguel Villemur que hacía genialidades con su tarea. “El alivio llegó con las teletipos” con la información impresa. Diversos personajes visitaban la redacción y fueron reporteados, entre ellos el dirigente radical Ricardo Balbín en varias oportunidades, Isabel Sarli, Tu Sam. La pequeña oficina era un mundo en movimiento, presto a acercar la información justa.
Muchos nombres quedan en el papel: Hugo Costanzo en publicidad, Benedicto Soldavini de De la Garma, Goñi del pueblo de Vazquez, Otto Haedo, Cacho Urbieta, Raúl Moreno y tantos otros que quedan en el etc. con las debidas disculpas.
Muy pocos ,nos detenemos cuando pasamos por la plaza San Martín a leer las placas que están colocadas allí. Hay dos pasajes denominados Antonio Maciel uno de ellos y el otro Mateo Mastronardi, que indican el homenaje de la ciudad de Tres Arroyos al periodismo. El primero fue director de La Voz del Pueblo el segundo fue el periodista y director del diario que hoy nos ocupa: La Hora.
Como decían los muchachos que iniciaron esa quijotada que duró casi 30 años:

-“Llegó la hora para que nuestro papel salga a la calle”a informar.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Revueltas callejeras

REVUELTAS CALLEJERAS
Escribe Stella Maris Gil
No todo ha sido paz en el poblado tresarroyense a través de sus cortos años.
Hubo momentos que señalan un grado de violencia que llama la atención en una ciudad donde las vecindades parecieran afectuosas, sólidas . En esta oportunidad vamos a anclar en actitudes de seguidores de partidos políticos que  se enfrentan y todo se altera. Salen a relucir antiguas antinomias nunca negadas pero poco explicitadas en pro de la buena convivencia.
 Me voy a detener en lo sucedido  en los años 1937 Y 1955 donde por suerte la sangre no llegó a los arroyos pero se quedó flotando en los interiores de protagonistas y adeptos.
Radicales y conservadores
 Un 5 de septiembre de 1937  un tajo violento se produjo en el tranquilo transcurrir de Tres Arroyos durante la intendencia de Sebastián Bracco . Por supuesto en ese año no figuraba en  la escena nacional Juan D. Perón. La cuestión era entre conservadores y radicales,  largo enfrentamiento.
Se iban a producir las elecciones nacionales y el fantasma del fraude acechaba. Finalizaba el mandato de Justo y la fórmula ganadora iba a ser Roberto Ortiz – Ramón Castillo. Por Europa los totalitarismos presagiaban desastres.
 Mucho se ha escrito sobre este episodio. En este caso es valioso el testimonio de Liliana Beatriz Mirasso Urtasun  quien dice “La U.C.R. había consensuado con los comités provinciales levantarse en armas ante posible fraude conservador. El fraude se produce. Coronel Dorrego, Lincoln y Tres Arroyos, acatan la orden.
Los radicales estaban en su comité que funcionaba en el primer piso del Palacio San Martín, en calle 9 de julio al 400… estaba con policía en la puerta y palpaban al entrar, pero no a los niños; así fue que mi papá Renée Mirasso, el Negro Larriestra, unos hermanos Haedo y seguro muchos más, pasaron las balas entre sus ropas, cuando se inicia la trifulca hacen salir a los niños, la policía los lleva a sus casas…El enfrentamiento es feroz. Viaja desde Bahía Blanca el juez. Desde el comité sale Roude con bandera blanca y alguien que está al lado de la autoridad dispara y deben amputarle la mano…La policía entra al comité y lleva a todos detenidos, mi abuelo Ramón Mirasso es salvajemente flagelado con un rebenque de coche mateo…Pasado unos días los trasladan en tren a Bahía Blanca, todas las calles cortadas desde la comisaría a la estación de tren, los llevaban en carros volquetes, la policía no dejaban avanzar a los familiares que miraban en las esquinas, pero a los gritos, insultos y manotazos estaba ella la heroica Eduviges Ochoa San Román…” El testimonio continúa, pero es fácil  imaginar “los duros castigos, picana, tanto horror” en las cárceles.
Años después nuevos odios producirían nuevos conflictos
Peronistas y no peronistas
Vieja dicotomía que sigue vigente pero que después del golpe cívico-militar del 16 de setiembre de 1955 se exteriorizó en corridas, ataques y empujones entre los unos y los otros.
Es en ese día que en diversos lugares del país parte de las Fuerzas Armadas se rebelan contra el  gobierno nacional y  el Presidente  debe alejarse ante la fuerza de sus oponentes el día 20. El día 21 asume el poder el general Eduardo Lonardi, expresando el lema “Ni vencedores ni vencidos”.
Tres Arroyos como otras ciudades no fue  ajena a esa conmoción. Toda esa semana vivió momentos de zozobra.
Los titulares de los periódicos lo dicen todo: “Tropas gubernistas que avanzaban sobre Bahía Blanca y que luego buscaron refugio en nuestra ciudad, fueron bombardeadas cerca de Tres Arroyos”. (Diario La Hora, domingo 1° de enero de 1956). La ruta 3 se pobló de tropas leales al gobierno que llegaban desde  Tandil y eran atacadas por los aviones rebeldes de Comandante Espora. Alguna bomba cayó a mil metros de la Chacra de Barrow dejando varios soldados heridos, otra bomba cayó en uno de los puentes de salida de la ciudad. La Sociedad Rural se transformó en campamento militar. En síntesis Tres Arroyos era una ciudad tomada, donde las noticias preocupaban, sobre todo cuando se voló el puente sobre el río Quequén.
Los aviones pasaban a vuelo rasante por el pueblo, se sentían sonidos de armas. Los vecinos se sorprendían, se preocupaban por posibles ataques. Había miedo. La muchachada se subía a los techos para observar los movimientos.
Algunos soldados  que pertenecían a las tropas  murieron.  Los gremios dispusieron una huelga y poco a poco la ciudad fue adquiriendo aspecto de domingo.
Y ahí está el punto de inflexión. Por las calles grupos de ciudadanos no oficialistas comenzaron a recorrer lugares donde había militantes oficialistas aunque las nuevas autoridades militares pedían el cumplimiento del toque de queda.  “Actuaron en nuestra ciudad los Comandos Civiles  revolucionarios, en una suerte de apoyo logístico a los insurrectos mientras grupos armados del peronismo recorrían la ciudad colaborando con la policía en el cumplimiento del toque de queda” (Álbum del diario La Voz del Pueblo). “La crónica dice que luego de un acto en la Plaza San Martín a favor del golpe militar el 22 de setiembre “algunas columnas recorrieron las calles céntricas para exteriorizar su júbilo por la caída de la dictadura y fue entonces que núcleos de exaltados, obrando por su propia cuenta y riesgo procedieron en primer lugar a retirar placas evocativas de personas del régimen depuesto que estaban colocadas en distintas calles y luego se entregaron al desalojo de muebles, papeles y demás útiles de locales ocupadas por unidades básicas del oficialismo siendo dispersados al intervenir la policía cuando pretendían realizar tal acto en un local de la calle Betolaza. En todos los casos los muebles y útiles fueron quemados en la vía pública, sin que lo hecho diera lugar a incidencias ni se registraran desgracias personales” (Diario La Hora, Archivo citado).
Las voces de algunos de los contemporáneos de ese momento ratifican la crónica periodística: “”Aquí vino una parte del ejército que respondía a Perón. Se declaró “ciudad abierta”. Se esperaba que en cualquier momento podríamos ser bombardeados” … “en la Parroquia del Carmen se preparó una especie de hospitalito, por lo que podría pasar”. L Los vecinos se sorprendían, se preocupaban por posibles ataques sangrientos. Había miedo. La dirigente  María Salvatierra de Solfanelli a quien entrevistamos nos dice que “habíamos cerrado las ventanas, todo bien tapadito y la oreja en la radio. Hasta que prácticamente fueron pasando los días”.
Para muchos la emisora más oída era Carve de Uruguay, pero María escuchaba El Mundo porque la extranjera “nos insultaba de arriba abajo”.
Dice María “Yo en esa época estaba en el partido, tenía una escuela de danzas nativas con un grupo de chicos y a los pocos días me vienen a avisar que estaban quemando las cosas del partido en calle Betolaza al 200…Fui… me quemaron hasta las medias, las sillas viejas compradas en remates, quemaron los pocos muebles que teníamos… junto con las máquinas de escribir y lo que tenía algún valor, eso se lo llevaron…cualquier cantidad de libros…nosotros no estábamos, fueron, abrieron la puerta, sacaron todo,  eran civiles.  Todavía con algunos nos cruzamos por la calle”.
Muchos malos momentos se vivieron esos días, vehículos con marcas de balas fruto de enfrentamientos que no llegaron a mayores. Detenciones de militantes, entre ellas la de  Bruno. María fue citada para explicar su participación en los enfrentamientos. Ella, en la vereda de 9 de julio y Colón (ex Casa Aduriz)  pisó el camino de diarios que un vecino armó.
Fue citada.En la comisaría vivió momentos de terror al ser amenazada por custodios armados  “mis rodillas aplaudían, la mano del jefe iba y venía delante de mí presagiando una cachetada que no llegó a producirse”.  Ella creía que le iban a pedir declaración por las revueltas del centro de la ciudad. No fue así. Le pedían que diera nombres de activistas de su partido entre ellos  el del jefe de la Alianza Libertadora Nacionalista que en ese momento, paradoja, estaba presente como custodio frente a ella, mirándola. María se desmayó y apareció sentada en el cordón de la vereda mientras desde un bar cercano miraban los hechos tras los vidrios. “Estaba prohibido pasar por la vereda de la comisaría. Me levanté y disparé para mi casa”.
Hubo diversas instituciones intervenidas, entre ellas la Escuela Industrial y el Colegio Nacional, con grandes revuelos entre los estudiantes adictos y no adictos al golpe. Varios docentes de militancia peronistas fueron agredidos entre ellos  al profesor  Dassis.
Los unos y los otros
Las grietas producidas por luchas entre ciudadanos  quedaron fijas. La vecindad se hizo difícil entre los protagonistas.
Los odios no contribuyen a la construcción de la República. Quedaron recelos. Las luchas deben ser de ideas no de armas o empujones ni de unos ni de otros. Esto pasó a grandes rasgos en estas dos oportunidades.                 
                                                                                     Los ciudadanos partidos en dos tal vez no recordaban que el San Martín de la estatua de la plaza central,  lugar de homenajes, se fue por propia voluntad del país para no participar en luchas civiles que mucho mal le iban a hacer a la futura República.

                                                         Blog: stellamarisgil12.blogspot.com

IMÁGENES

1)      Jóvenes militantes recorriendo la ciudad en los días del golpe cívico-militar de setiembre de 1955

domingo, 26 de octubre de 2014

Ladrillo sobre ladrillo

LA MEMORIA
26.10.2014 : ESCRIBE STELLA MARIS GIL
        

Luces tenues, poco tránsito.
Casas señoriales, sin torres de departamentos, hoteles, negocios, colegios. Casas nuevas, otras desaparecidas, tiempos que se confunden, vecinos que se quedan o se han ido, del empedrado al asfalto.
Breve presentación de las primeras cuadras de la calle Chacabuco de Tres Arroyos.
Arrancó a poblarse frente a la estación del ferrocarril. De un lado de la vía estaban varias casas de ferroviarios, parte del barrio de los leoneses y para muchos lejos del centro como escribí en mi libro "Recuperar la memoria". Ahora esa memoria me lleva a transitar el otro lado, las cuadras que van de Rivadavia hasta Ituzaingó.
Por allí se hospedaron el príncipe Bernardo, en el lujoso Plaza Hotel, el mejor de mediados del siglo XX y Gardel en una de sus tantas venidas.
El clásico hotel La Catalana sigue en pie.
En 50 años ha cambiado el paisaje urbano y muchos ladrillos se vinieron abajo y se colocaron otros con nuevas fachadas.

Todo cambia
Debe costar esfuerzo a la muchachada de hoy sentir que tras las puertas hubo otras resguardando sentimientos, ansiedades, ilusiones. También debe costar imaginar que nada se hizo de repente, ahora y al instante.
Chacabuco, denominación sanmartiniana, se inicia en Rivadavia. Rara confluencia entre el Libertador y el gobernante que fue remiso a colaborar económicamente en la campaña tras los Andes.
Hay lugares que aún están presentes como la estación de servicio que perteneció a Bonjour y la casona de María Inés Di Salvo. En la vereda de enfrente ya no está la entrada al templo Masón, que según los niños de ayer les provocaba cierta sensación de magia cuando pasaban por el Nº 18. Fue una verdadera reliquia, en cuanto a sus contenidos, con todos los atributos exigidos por las logias, un archivo y sus símbolos rodeados por un cielorraso azul estrellado. La masonería tuvo importancia en el desarrollo de la ciudad, ya desde 1910 las logias formaban parte de algunas actividades en la región, entre ellas la Hiram. El templo se fue, la piqueta dio paso a otros edificios y perdimos algo vital de nuestro patrimonio.
En esa cuadra estuvo una de las primeras veterinarias de Tres Arroyos: Rouede y cerquita la florería Gastaldi. Quedan en la memoria imágenes tales como los dos gallegos que trabajaban de serenos en Casa Galli, hoy el Banco Creedicoop, que solían verse en la vereda todas las tardes, frente a la torre de la fotografía La Moderna de A. Valsangiácomo.
El sólido edificio construido por Samuel Lombardi preside el encuentro con Betolaza; en la planta baja atendía su farmacia después Gagliardi.
Llama la atención la existencia de tres farmacias en pocas cuadras, puesto que más allá funcionó la de Sutric, luego Schena, y cuadras más adelante la Franco Argentina, que en una época dirigió la farmacéutica Elvira Simonetti.

Los tiempos se mezclan
En el 200 estaba la casa Fichman. Muy atrás en el tiempo vivió el doctor Posse Querejeta, quien luego lo vendió a los Fichman que allí instalaron su depósito, hasta que compraron el predio del bar Marín, al lado. "Ahí pusimos el local de ventas". Saúl narra un hecho curioso que sucedió en este último local, "cierta vez vino una mujer y pidió recorrer la casa y dijo: yo soy nieta de Sebastián Costa". Efectivamente, en el vitraux de la puerta cancel estaban las iniciales de su antepasado.
Fichman cerró su local en el nuevo milenio.
Se perdieron las gruesas mayólicas, los vitraux de los interiores y algún mensaje al futuro, enterrado por una de las muchachas del Marín aferrada a la historia de ese lugar.
Quedó en el imaginario aquello de que "Todo lo que no se encontraba seguro estaba en lo de Fichman. Había de todo, golosinas, bazar, papelería lo que buscaras".
Dice Marta: "El barrio extrañó mucho el cierre, te quedabas sin algo"
Imaginar a Ignacio Rucci en bicicleta repartiendo diarios y atendiendo su pequeño negocio de armado de cuadros hasta que pudo trasladarse al 300.
Sentir a los hermanos Conese en el 500, Alfredo y Chocha con cortes y peinados frente al último cambio de la vidriería Eveleens y la frase clásica entre ambos: "A ver cómo quedó!!!".
La señora Asef, con El Gaucho, en esa esquina hoy derrumbada conociendo el gusto de cada cliente.
Y el Bar El Ombú, donde se hacían los inigualables sandwichs daneses. Don Teodoro Sahagún se lo compró a Larsen y su clientela varió, tenía ocupada constantemente las mesas, entre ellos dinamarqueses. También tenía parada en el lugar la empresa Río Paraná con servicio de almuerzo y cena. Pasado el tiempo se hizo cargo su hija y su yerno Miralles, que siguieron la tradición de calidad.
En esas pocas cuadras había de todo, en diferentes época, los mellizos Rodera, uno con florería otro con bicicletería; los Altieri y su electricidad, el Bar Chacabuco de Barrientos, el negocio de Shell con su encargada Irma Monedero.

Si las veredas hablaran
Chacabuco se destacó por sus centros educativos, como fue la Escuela Profesional de Mujeres que en su momento dirigió la señora del diputado Regot. Y en el 138 el Colegio Nacional formó a infinidad de jóvenes desde 1930. Al trasladarse a su actual destino le siguió el colegio primario Manuel Belgrano.
Los sastres vistieron a los masculinos como Cordisco o Poteca.
Y un inmigrante italiano Ravella casado con una Perusín tuvo su tintorería a quien sucedió su hija.

El crimen de la calle Chacabuco
Hubo en el barrio momentos conmocionantes.
Fue en la madrugada del 18 de enero de 1959, 5 de la mañana, Bar Marín en Chacabuco 254. Era la hora de la llegada del carro del lechero. Al ver la persiana levantada penetran dos de sus parroquianos para pedir una copa de la leche fresquita.
Venían mal, con enfrentamiento callejero por viejas cuestiones personales. Sus oponentes ven que hay luz, levantan la persiana y se prolongan los empujones e insultos. Salen a relucir revólveres. Humberto Alfredo Tersano fue el más rápido y parten dos tiros de su calibre .38 largo uno de los cuales entra en la parte lumbar de Ramón Salgueiro que muere poco después.
Tiempo después el homicida es absuelto de acuerdo al artículo 383 del Código Penal. Durante el juicio se había realizado un amplio interrogatorio a los testigos convocados entre ellos "al dueño del lugar, a Roberto Oscar Rivera, a Larroca, a Osvaldo Alfonso Sommax, a Domingo Blas Messi y a José Guillermo Gauthier". (Diario La Voz del Pueblo 7 de abril de 1959).
Lo demás fue leyenda.
El bar siguió siendo parada de ómnibus y espacio de distracción hasta que cerró definitivamente.
No todos andaban a los tiros, fue un hecho ocasional, mientras tanto muchos vecinos buscaban embellecer y hacer más confortable la vida del barrio.

Amigos de la calle Chacabuco
Así fue como algunos vecinos "concretaron y llevaron adelante el propósito de dotar a la misma de luces en base a mercurio" y que "tras una reunión que tuvo nutrida concurrencia" (archivo de la audición "De todo un poco" de Ricardo Fernández, 17 de julio de 1978) convinieron en organizarse incluso con la redacción de estatutos.
¿Qué se proponían?: el nuevo arbolado con plantas del árbol de judea "que han de colocarse en lugar de los existentes actualmente, teniendo la ventaja aquellos, según se dice, por su tipo, de no ofrecer los inconvenientes de los actuales que, con su ramaje, obstaculizan la buena visión de los letreros luminosos colocados y a colocarse".
Además proyectaban "reforzar la iluminación existente mediante la colocación de más columnas, hacer más uniforme la conformación de las veredas, colocar recipientes que dotados de cierta elegancia, sirvan como papeleros; también macetas adecuadas con determinadas plantas y hasta conversar con propietarios frentistas, en aquellos casos que los edificios no ofrezcan buen aspecto exterior", como ornamentar vidrieras y "en síntesis, impulsar el progreso general y particular, sin dejar de lado la feliz circunstancia de que después de muchos años, abierto el paso a nivel existente poco más allá del cruce con Pedro N. Carrera ha de incrementarse sensiblemente el tránsito de vehículos".

La comisión
La comisión era presidida por Rubén Darío Latorre, acompañado por el vice José Pequeño, el secretario Juan Barrionuevo y Magdalena González como tesorera.
Como un eco de aquellos deseos, entrado el nuevo milenio, la Comisión Municipal de Patrimonio destacó a varias familias de la ciudad por la conservación de las fachadas de sus edificios. Uno de ellos estaba en la calle Chacabuco y 9 de julio. Me refiero al Bazar El Mundial.
Los nombres se mezclan, también las épocas, mis disculpas por omisiones provocadas por el espacio, pero en síntesis Chacabuco sigue siendo una auténtica calle tresarroyense.